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El Poder del Cómic

¿Qué es el cómic? ¿Es arte? ¿Un medio de comunicación? Para algunos estudiosos, el cómic puede ser arte; puede ser un medio de comunicación, de promoción o de mera información; o puede ser una publicación como muchas otras más que no aportan nada más que entretenimiento para niños y adolescentes sin autoestima y carencia de aptitudes físicas para sobresalir en un mundo donde la popularidad se rige con los fetiches y tipicidades que nos implantan con el adjetivo anglosajón “cool”.

Umberto Eco lo define como un producto más con un propósito distractivo en el que se reproducen valores de la cultura en donde éste se distribuya; Elisabeth K. Baur se adentra al cómic y lo cataloga como una forma narrativa cuya estructura forma de dos sistemas, el lenguaje y la imagen; F. Loras nos comenta que es por una parte un medio de comunicación masivo, y por otra parte, un sistema de significación con un código propio y específico, tenga o no una difusión masiva. El más grande estudioso del cómic, Scott McLoud, nos da una definición más acertada: “Ilustraciones yuxtapuestas y otras imágenes en secuencia deliberada, con el propósito de transmitir información y obtener una respuesta estética del lector”.

El cómic, durante la era moderna, ha representado la base para muchas expresiones artísticas que saltan al mainstream, el sector que se encarga de entretener al pueblo… Desde el nacimiento del término “amarillismo”, gracias a Yellow Kid (el primer personaje “estrella” de una tira cómica) y la lucha de derechos de autor y publicación entre los periódicos americanos que lo querían, hasta el gran homenaje que Carlos Monsiváis le hizo a Gabriel Vargas por su trabajo en La Familia Burrón dentro del Museo del Estanquillo, en el Distrito Federal.

Pues bien, el cómic –considerado el noveno arte y aceptándolo con ese apelativo– no ha sobresalido, valga la redundancia, en una escena artística nacional a pesar del gran esfuerzo para permanecer y la incursión de varios autores e ilustradores mexicanos en editoriales norteamericanas y europeas; y qué decir de tomar el cómic como medio de comunicación, mucho menos.

Quizá algún lector me refute la idea y enumere esa lista selecta de artistas del país que han participado en esos proyectos ya sean auspiciados por organizaciones culturales como los que saltaron a las “grandes ligas”. Otro lector quizá me recuerde que el primer cómic en México fue publicado en San Luis Potosí (Rosa y Federico. Novela ilustrada contemporánea de José Tomás de Cuéllar, en 1869) mucho antes que Katzenjammer Kids (1897) de Rudolph Dirks –el primer cómic, considerado por los historiadores y preservadores del cómic americanos–. Cierto, a veces olvidamos esos esfuerzos. Pero, no hay secuelas positivas que abran paso a otros artistas y curiosos que buscan el cómic para llegarle a un público más general y salir del a veces egoísta sector.

¿Acaso los “comiqueros” no buscan como todo artista la aceptación y reconocimiento de su trabajo por parte de un público más amplio? No se trata hablar de dinero, es un asunto de compartir lo que uno quiere decir a través de una ilustración. Tampoco se trata de regresar a fórmulas ya vistas y exitosas como el género del súper héroe, muy de moda en estas épocas donde no hay modelos a seguir ni valores que inculcar; el cómic abarca tanto historias de estos colosos del papel como puede contar historias cómicas (tal y como su apelativo lo indica) o de horror –muy solicitadas en los paranoicos años 50-, o de romance, etc.

¿Por qué es tan difícil sobresalir o “levantar” un proyecto que involucre a la historieta en cualquier ciudad de nuestro país? Los artistas, escritores y lectores los hay. El apoyo, posiblemente se encuentre. Mantener el proyecto y el interés del público en general puede que sea la carrera que hay que ganar para impulsar una expresión; un medio que conecte al creador/artista con el lector ávido de ideas nuevas, plasmadas en historias que entretengan y que además generen conciencia. El resultado de todo este esfuerzo sería la convención de esos lectores y artistas que abran un espacio alternativo para producir, trasmitir, generar e impulsar pensamientos. Eso sería grato, un avance tanto en el medio comiquero como para la proliferación de otras formas de expresión que ayude a la sociedad a mejorar, a trascender.

El cómic, como medio de expresión, como forma de trasmitir un pensamiento o una idea tiene, por lo menos en este castigado país, una gran ventaja sobre otros medios como la Televisión –satanizada y castigada por las nuevas generaciones–; del mismo Internet –que aunque se diga que hay más cibernautas, están las estadísticas que marcan que poco más del 30% de la población tiene acceso a la red–; y de las cada vez más inalcanzables presentaciones de cine, teatro, literatura y otras formas de expresión que parecen ser actividades de ocio para un sector más estable económicamente hablando. ¿Cuál es la ventaja? Es muy sencillo. El cómic nos traslada a la raíz del lenguaje: la iconografía. Quizá, como población, no sepamos mucho de literatura, de apreciar una escultura o de criticar el encuadre de un director cinematográfico; pero sabemos reconocer —por medio de gráficos—, sentimientos como la ira, la felicidad, el placer, la soledad, la omnipotencia… Todo esto en una hoja de papel.

El poder del papel y la tinta supera cualquier arma; y el cómic tiene esos instrumentos para transformar, crear y proponer ideas, sentimientos y valores. Bien lo dijo el Padre del cómic moderno, Rodolphe Töpffer, hace 160 años: “El cuento dibujado, con esa doble ventaja que le viene de su mayor concisión y de su relativamente mayor claridad, puede y debe vencer a otros medios de expresión en tanto puede dirigirse con una actitud realmente viviente a un mayor número de espíritus, y puesto que aquel que lo utiliza —cualquiera que fuera el contexto— tendrá ventaja sobre aquellos que eligen expresarse por medio de libros”.

Una imagen –en este caso, una ilustración– que sea apoyada por un texto descriptivo encerrado en el famoso “bocadillo”, para trasmitir un mensaje del creador a través de su personaje puede hacer cambiar formas de pensar, de percibir entornos, de cambiar paradigmas. Ahora bien, ilustraciones yuxtapuestas apoyadas por un texto descriptivo crean historias, relaciones, un universo que puede ser o no inspirado de nuestra realidad pero que al apropiarlas, salen de la viñeta y se convierten en parte de ella. No importa si el creador y su mensaje pertenezcan a otra sociedad distinta a la que recibe el mensaje; todos reconocemos el gran poder que Superman ostenta y el significado mesiánico que carga sobre su gran capa, sin ser judíos; podemos sentir la misma pena y tristeza al leer el relato del padre de Art Spiegelman en su obra Maus —primer novela gráfica en recibir un Premio Pullitzer, en 1992— que cualquier otro individuo que viva en este planeta y conozca lo mínimo sobre los campos de concentración en la 2da. Guerra Mundial; podemos entender que “con un gran poder, se conlleva una gran responsabilidad” sin tener poderes arácnidos y estar de acuerdo con Mafalda si la sopa y el comunismo son la misma cosa.

Así como el ser humano se va reinventando como individuo, el cómic se reinventa, se transforma para seguir existiendo; para ser parte de esos medios artísticos, radicales, paleros, entretenimiento o de mera información. Solo hay que voltear hacia este y usarlo, leerlo, y respetarlo…

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