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Ordaz Montes de Oca, Salvador. La Libertad.

LA LIBERTAD
Por Salvador Ordaz Montes de Oca
La agenda del liberalismo es amplia. No en balde si hemos de creer al prestigioso científico social Harold Laski, “ha sido durante los cuatro últimos siglos, la doctrina por excelencia de la civilización occidental”, bajo el cobijo del término libertad y como seguidores de la misma, se encuentran muy diversos tipos de creencias, escuelas de pensamiento y sistemas de organización de la sociedad.
Por lo que el propósito de pensar el liberalismo no es otro sino el de ubicar los principales sistemas que se derivan de él para una mejor convivencia social.
Es inevitable preguntarse por el sentido de la libertad, en otras palabras, es imprescindible saber si en verdad el hombre nace con la libertad, como sostienen los iusnaturalistas, o bien, ésta es un atributo social. Las varias definiciones que existen en torno al concepto necesariamente tienen que expresar de manera clara o tácita una toma de postura frente a ello.
¿De dónde proviene la libertad? Para los griegos de la época de Aristóteles pareciera claro que la libertad no era algo intrínseco al ser humano, no era una característica con la que nacieran los hombres y mujeres que habitaban la Ciudad-Estado, si entendemos la libertad como la capacidad de hacer lo que uno desea, quiere o anhela.
Lo mismo sucede si examinamos la vida cotidiana de las civilizaciones prehispánicas en América Latina, o nos aventuramos en la vida de los habitantes de las tierras legendarias de la India, China o Japón, o bien hacemos lo propio con civilizaciones tan antiguas como las asirias, sumerias y babilónicas.
La organización social en esas civilizaciones reserva siempre una parte de la comunidad que tenía que obedecer a la otra. No era parejo. Había o bien usos y costumbres bien arraigados que señalaban con claridad los límites entre lo prohibido y lo permitido, o bien los usos y costumbres ya se habían convertido en normas que rigieran la vida en sociedad.
Entonces la libertad desde las primeras formas de asociación que surgieron – una vez que la mujer inventó la agricultura y los hombres se volvieron sedentarios – no se significó por ser un simple dejar hacer, sino que como bien anota Montesquieu “la libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten” (libro XI, capítulo 3 de “De l’Esprit des Lois”, París, 1944).
La libertad no proviene de Dios, ni del monarca: la Libertad proviene exclusivamente de las leyes. Si en Dios se cree, la libertad por él dada, del tamaño que ésta sea, que por cierto siempre se verá acotada por la falta, por el pecado y castigada por la penitencia, siempre deberá estar escrita, hecha verbo, decían los primeros cristianos, para poderse aplicar también necesitará ser reconocida y que alguien gratifique o castigue, requiere, pues, de una jerarquía, que Dios crea y se vuelve jerarquía infalible que el hombre tiene que obedecer por predeterminación.
Si la libertad la da el monarca lo tiene que hacer por Carta Magna, edicto o acuerdo, que él decide su validez y su castigo. La legitimidad divina no admite discusión y cuando se da provoca un cisma, pues al ser la obediencia base de la legitimidad, la desobediencia provoca ruptura. El monarca obtiene su legitimidad por la fuerza o el apoyo que le den los nobles, que se acabó para siempre cuando la gente de los burgos, las ciudades, le retiraron la legitimidad y también se produjo una disrupción. Este cambio de régimen dejó que el parlamento siguiera haciendo las leyes, éstas dando libertad y la legitimación se trasladó al pueblo. Cuando el pueblo hizo las leyes, se logró la democracia. Lucha desigual desde el punto de vista geográfico, pero lucha que hoy marca los esfuerzos de casi todos los pueblos en el orbe.
La atractiva idea, por no decir romántica, de que el hombre nace libre, es solamente válida en el caso –muy remoto, por cierto- de que el hombre nazca fuera de la sociedad, al margen de toda norma, en un símil del buen salvaje, que sólo existe como parte de las novelas, pues el ser humano es por definición un ser social. Así está impuesto por la evolución de las especies y las leyes del azar que la gobiernan. Así está determinado por la fragilidad con la que nace y por su dependencia de los otros durante un periodo muy prolongado, comparado con el que otros mamíferos necesitan para vivir en sociedad.
De esta manera surge la antinomia: la libertad como atributo que depende del Otro y sus circunstancias, es decir, del momento histórico del que estemos hablando y de la situación geográfica en la que se desarrolle la acción. La imposibilidad de definir la libertad en términos universales es parte de su dificultad para asirla, y esto facilita el que la libertad sea utilizada para variados propósitos.
Por eso es conveniente anotar que la libertad que le interesa al liberalismo es la libertad social, libertad política. El liberalismo como escuela de pensamiento concibe a la libertad de manera muy sencilla, exactamente como la entendió Montesquieu, tal como lo citamos líneas arriba y en este momento reproducimos el parágrafo completo del pensador francés.
“¿Qué es la libertad?”
“Es cierto que en las democracias el pueblo parece hacer lo que quiere; pero la libertad política no consiste, de ninguna manera, en hacer lo que uno quiere. En un estado, es decir en una sociedad en la cual hay leyes, la libertad no puede consistir sino en poder hacer lo que se debe hacer y no poder ser obligado de forma alguna a hacer lo que uno no quiere hacer”.
“Es necesario entender el espíritu de eso que es la independencia y eso que es la libertad. La libertad es el derecho de hacer todo aquello que las leyes permiten, y si un ciudadano pudiese hacer lo que ellas prohíben, no habría más libertad, porque los otros tendrían, de la misma manera, el mismo derecho. . . La libertad no se encuentra en los estados democráticos, sino sólo en aquellos en los que no se abusa del poder, pero es una experiencia eterna que el hombre que tiene poder esté tentado a abusar de él; y lo hará justo hasta que encuentre los límites”.

Ordaz Montes de Oca, Salvador. Pensar el liberalismo. 3ª ed. México: Partido Liberal Mexicano, 2003. 21-24 pp.

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