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López Ocampo, Noemi. Nuevas Corrientes Pedagógicas

CENTRO DE ESTUDIOS  AVANZADOS DE LAS AMERICAS

MAESTRÍA  EN: CIENCIAS DE LA EDUCACION

ASIGNATURA: MCE12

CUATRIMESTRE: I

TAREA No: 9

TÍTULO: NUEVAS CORRIENTES PEDAGÓGICAS

NOMBRE DEL ALUMNO: LOPEZ OCAMPO NOEMI

MATRÍCULA: M19010309097

ASESOR: MARGARITA MORENO MURILLO

FECHA: 20 DE NOVIEMBRE DE 2018

 

FERNANDO FERNÁNDEZ GÓMEZ

Nacido en Lima, Perú, 28 de agosto de 1921. Escritor, actor, director teatral y cinematográfico español. Fue miembro de la Real Academia Española desde el año 2000 hasta su fallecimiento.

Nace en la capital peruana ya que su madre, la actriz Carola Fernández Gómez, realiza una gira teatral con la compañía María Guerrero por Hispanoamérica, y a los pocos meses, su abuela lo traslada a Madrid, donde finaliza los estudios de bachillerato tras la guerra civil española, iniciando allí la carrera de Filosofía y Letras.

 Esa falta de definición política durante su juventud será también característica de uno de los personajes más entrañables de su obra, el Luisito de las bicicletas son para el verano, a quien, podremos considerar casi como un desdoblamiento del propio autor.

Estas diferencias ideológicas influirían también decisivamente en la elección de los centros de enseñanza a los que acudiría. Parece ser que la misma facilidad que tuvo su madre para cambiar de domicilio, la conservaría en lo referente a los colegios. Estancias breves, y en ocasiones alternas, se sucederían entre San Estanislao de Kotska, colegio considerado de los más grandes e importantes de Madrid, la Institución Libre de Enseñanza, cuyos procedimientos pedagógicos resultaron para su abuela excesivamente renovadores y la Academia Domínguez, en la que se practicaba la enseñanza seglar y económica de la que era partidaria doña Carola.

Los constantes cambios de domicilio se regularizarían cuando su madre se contrató en la Compañía Loreto Prado-Enrique Chicote. Siendo una de las más populares de la época, esta compañía actuaba permanentemente en Madrid, en el Teatro Cómico, desde 1897, cuando su empresario y primer actor, Enrique Chicote, lo convirtió en sede habitual de sus actuaciones junto a la genial Loreto Prado. Este trabajo permitiría a la familia Fernández Gómez trasladarse al barrio de Chamberí. Fernando Fernández Gómez solía acudir al Teatro Cómico para llevar la cena a su madre y allí, entre bastidores, observaba algunas escenas de las funciones, a las que siempre acudía acompañado por una de esas criadas con las que convivió habitualmente durante su infancia y adolescencia. Circunstancia que aparece reflejada en parte de su obra, Demarcado carácter autobiográfico, y de la cual el autor deduce el origen de una de las posibles características de la misma:

   “Esa especie de ramplonería que puede observarse en mucho de lo que escribo y también en mi modo de dirigir las películas y las obras de teatro, y que a mí ha acabado por resultarme un defecto entrañable, sincero, con el que me identifico y en el que me encuentro, creo yo que puedo provenir de haber aprendido la vida en las charlas con las criadas analfabetas, sobre todo con María, la aficionada a la poesía y con mi abuela, que nunca llegó a saber ninguna de las cuatro reglas, y cuyas únicas pasiones eran, a la edad en que yo la conocí, la lectura y el amor por su nieto.”

Su creciente interés por el teatro le lleva a dejar sus estudios, comenzando su carrera de actor en 1938 en la compañía de Laura Pinillos. Allí conoce a Enrique Jardiel Poncela que le brinda un papel en una de sus obras. En 1943 es contratado por la productora CIFESA debutando con la película Cristina Guzmán, de Gonzalo Delgrás, iniciando así una prolífica carrera de actor de cine.

En su filmografía trabajo a las órdenes de los más destacados directores del cine español: Edgar Neville, Carlos Saura, Mario Camús, Víctor Erice, Ricardo Franco, Manuel Gutiérrez Aragón, Jaime de Armiñán, Gonzalo Suárez, Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga. Todas estas interpretaciones le hicieron aumentar su prestigio, consiguiendo el Oso de Plata del Festival de Berlín al mejor actor por su interpretación en El anacoreta y Stico.

A partir de la década de los cincuenta comienza a dirigir, realizando, entre el cine y televisión, numerosos títulos entre los que destacan Mi hija Hildegart (1977), Mambrú se fue a la guerra (1986), El viaje a ninguna parte (1986), adaptación de una de sus novelas y un gran éxito, que consigue el Goya al mejor director y mejor guionista, y en esa misma edición, logra el Goya al mejor actor por Mambrú se fue a la guerra.

Su teatro poético utilizaba, los temas históricos y heroicos alegóricamente, presentando la historia no en función del presente, sino como acontecimiento ejemplar.

Como autor teatral destaca su obra Las bicicletas son para el verano (1978), por la que obtuvo el Premio Nacional Lope de Vega y fue adaptada al cine por Jaime Chávarri en 1983. Otras de sus obras de teatro son: La coartada (1972), Los domingos, bacanal (1980) o El pícaro. Como novelista, destacan El viaje a ninguna parte (1986), El mar y el tiempo (1989), El vendedor de naranjas (1961), El mal amor (1987), entre otras. Sus memorias se titulan El tiempo amarillo (1990).

De sus últimos trabajos destacan El abuelo (1998) de José Luis Garci, Todo sobre mi madre (1999) de Pedro Almodóvar; Plenilunio (1999) de Imanol Uribe; La lengua de las mariposas (1999) de José Luis Cuerda; Visionarios (2001), de Gutiérrez Aragón o El embrujo de Shanghái (2002), con Fernando Trueba.

Su larga trayectoria profesional está jalonada de prestigiosos galardones, como el Premio Nacional de Teatro en 1985, el Premio Nacional de Cinematografía en 1989 o el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1995. En el 2000 recibió el Oso de Honor en el Festival Internacional de Cine de Berlín a toda su trayectoria, y en el 2001, la Medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España.

Sus primeros pasos literarios fueron de la mano del escritor italiano Emilio Salgari o de las novelas policíacas de Edgar Wallace, cuando, siendo niño, intentaba imitar ambos estilos creando sus propias fábulas, como Tesoro escondido o El martillo trágico. Relatos de aventuras que, como ya vimos, pronto abandonaría por el placer de Los miserables, de Victor Hugo, una de las obras que más le impresionaron y que acabó convirtiéndose casi en símbolo de su ideal poético.

Esta atracción por la literatura tendrá sus primeros frutos bajo la influencia de las tertulias del madrileño Café Gijón, concretamente la concurrida tertulia poética de José García Nieto que tanto influiría en la vocación literaria del actor. Se publican sus novelas [El vendedor de naranjas (1961), El viaje a ninguna parte (1985), El mal amor (1987), El mar y el tiempo (1988), El ascensor de los borrachos (1993)], sus textos teatrales [Las bicicletas son para el verano (1984), La coartada y Los domingos, bacanal (1985), y su versión del Lazarillo, llevada a escena en 1990 y publicada en 1994], sus ensayos [El actor y los demás e Impresiones y depresiones (1987), Historias de la picaresca (1989), El arte de desear (1992), Imagen de Madrid y Tejados de Madrid (1992)] sus cuentos para niños [Los ladrones (1986), Retal (1988)], sus numerosos artículos periodísticos (más de doscientos textos publicados, sobre todo, en El País Semanal, pero que incluyen igualmente colaboraciones asiduas en Diario16 o ABC) y sus memorias [El tiempo amarillo(1990)].

Probarse a sí mismo su condición de escritor se convirtió con el paso de los años en una necesidad, y, es, por lo tanto, una actividad a la que el actor se dedicaba cada vez con mayor frecuencia. Su sinceridad es absoluta cuando se autodefine como aficionado a la literatura, como él mismo opino, que Fernández Gómez es, ante todo, actor, y como tal entiende su aportación a la literatura o su incursión en la dirección cinematográfica:

“…Nací actor, bueno, malo o mediano, pero actor. Yo creo que cuando hago otros trabajos dentro del mundo del espectáculo, como escribir o dirigir, escribo como actor y dirijo como actor. Si tuviera obligación absoluta de definirme, elegiría lo de actor.”

Fernández Gómez se dedicó más de cincuenta años a una incesante actividad en el campo de las artes. Polifacético por excelencia, el autor-actor recorrió buena parte de la historia contemporánea a través de las más diversas y también más próximas manifestaciones artísticas. El mundo del teatro, del cine, la televisión, el periodismo y la literatura participes de su vida, han ofrecido una peculiar visión del hombre y del artista. En esa singular concepción y expresión del mundo la literatura ha jugado siempre un papel trascendental, hasta el punto de que sólo a través de ella es posible la comprensión global de su producción artística.

Los primeros años de actividad profesional fueron decisivos para su vida y para su trabajo, no sólo por la gente que conoció y por las inquietudes compartidas, sino por una época en la que el arte se vivía de manera diferente. La literatura parecía impregnar todos los aspectos de la vida, quizá porque su poder de transmisión, la palabra, formaba asimismo parte fundamental de la vida cotidiana. El humanismo seguía siendo una actitud vital y la relación entre las artes y los artistas, los creadores, era mucho más estrecha y dependiente. Se dejaba sentir la agitación cultural con que España había despedido el viejo siglo y con la que se anunciaron constantes aires de renovación y de polémica; los ecos de una intelectualidad viva y abierta que había enriquecido la Edad de Plata. El cine también formó parte de ese mundo.

Sus obras no conocen género definido, su manera de emprender la realización cinematográfica como guionista y como director de proyectos ajenos no difiere en gran medida en su experiencia como escritor, pues en ambos casos el punto de partida es el mismo: una creación literaria. Como dramaturgo concibe, por tanto, la creación artística en su globalidad, y desde su propia concepción poética.

Su obra rechaza cualquier tipificación y clasificación pre-determinada. Su concepción del arte está, en efecto, lo más alejada posible del aburguesamiento y se define por la búsqueda incesante, por un íntimo desafío que se compensa con el placer de la comunicación. Su carácter brinda la posibilidad de múltiples influencias,  una toma de postura, que ha dotado de heterogeneidad y discordancia al conjunto de su obra, pero que, nunca ha traicionado la coherencia intelectual con que el autor enfrenta la labor artística.

Fernández Gómez también apasionado lector, gran conocedor de la literatura contemporánea (admiración por Azorín) y de la literatura clásica, sobre todo de nuestro Siglo de Oro, y, en concreto, de la novela picaresca. De este género brota el mismo “higiénico anarquismo” y el escepticismo con que el autor  creo su personaje cinematográfico más representativo, el perdedor que ha ido evolucionando y desarrollándose en sus propias películas como realizador, que incluso definirá su trabajo como intérprete, y que poblará las páginas de sus mejores creaciones literarias. Ese personaje, el del antihéroe, es siempre un poco de sí mismo, al menos, eso es lo que Fernández Gómez nos hace creer.

De ahí que hayamos podido rastrear la huella autobiográfica a través de todas sus obras, y aunque, en este sentido, es evidente que el pudor lo ha mantenido en una confusa y ambivalente posición entre la vida y la literatura, entre el hombre y el personaje, también es cierto que la impudicia es absoluta cuando confiesa sus debilidades, su posicionamiento ideológico o su inseguridad. Como antihéroe se identifica con el pueblo y protagoniza parte de su pequeña historia, de ésa que parece no tener trascendencia más allá de uno mismo, pero que vertebra la historia común y colectiva. Actor-escritor casi moralista, Fernán-Gómez únicamente posee una verdad: el relativismo. Sólo consigue ser filósofo de la vida cotidiana a través de su propia persona, consiguiendo desvelar así su faceta de agudo observador e ilustrador de vidas ajenas. Actor-escritor memorialista, Fernández Gómez ha hecho de su propia vida, de la experiencia vivida, un elemento sustancial de su producción artística.

Por una parte, la memoria, el recuerdo, se han erigido en constituyente trascendental del proceso creativo desde sus inicios como escritor, en esos artículos casi costumbristas con los que empezó escribiendo a finales de los años cuarenta. Un estímulo creativo que el autor considero fundamental a la hora de abordar el proceso de creación y que se suma, por otra parte, a una verdadera imposibilidad por desprenderse del pasado, y por la que su literatura se define como recreación de toda su vida. El escritor crea, por tanto, a partir de la abstracción de su propia vida, de su mundo, de sus experiencias, y lo hace siempre en un difícil equilibrio entre la imaginación y el recuerdo. Escribe, pues, a partir del recuerdo y sobre el recuerdo, desmintiendo y mintiéndose a sí mismo, tal y como el cómico interpreta a sus personajes. Al mismo tiempo, el autor sustenta así un juego constante con el lector-espectador. La verdad y la mentira conforman su literatura y su existencia, haciendo de sí mismo un personaje literario al que el público se afana en desvelar, en intuir más allá del propio autor. Incluso en sus textos netamente autobiográficos, sus memorias, Fernández Gómez se sirve del carácter selectivo de la memoria para sus fines. Así, El tiempo amarillo, en esa confusión entre la ficción y la realidad que el autor explicita en muchos momentos, se presenta desde un comienzo como un texto literario, en el que de nuevo el autor es la excusa perfecta para comentar el ambiente, las vicisitudes, las circunstancias y las personas que han compuesto toda una época. Se multiplican las visiones, y el perspectivismo es la opción que el autor brinda al lector, partícipe activo de la re-memoración del creador. La complicidad con el espectador se busca por diversos medios. No es solamente un juego de semejanzas o un compromiso con la estética realista y con el personaje del antihéroe, sino que tiene su sentido también en el puro divertimento o en la apelación a la memoria histórica. Incluso formalmente, su transgresión del naturalismo y los diferentes recursos teatrales y/o cinematográficos con los que subvierte la diégesis narrativa favorecen también el contacto directo con el espectador o el juego literario ofrecido al lector.

Es lógico pensar que la recurrencia temática de sus obras literarias incluidas las cinematográficas no es sino una consecuencia lógica de su concepción poética, de cómo el escritor memorialista se decanta siempre por los mismos temas, de forma que el cine, la farándula, el amor, el tiempo y la historia, son siempre, de una u otra manera, constante motivo de inspiración y reflexión.

Fallece el 21 de noviembre de 2007 en Madrid a la edad de 86 años, recibiendo, a título póstumo, la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio otorgada por el Gobierno de España.

 

REFERENCIA BIBLIOGRAFICA

El espectador y la crítica (El teatro en España en 1969), Francisco Álvaro (ed.), Valladolid, 1970.

Cine español: cine de subgéneros, Fernando Torres (ed.), Valencia, Cartelera Turia, 1974.

El espectador y la crítica (El teatro en España en 1978), Francisco Álvaro (ed.), Valladolid, 1979.

El espectador y la crítica (El teatro en España en 1981), Francisco Álvaro (ed.), Valladolid, 1982. ÁLVAREZ BARRIENTOS, J., «Enrique Rambal (1889-1956)», Teatro di magia, E. Caldera (ed.), Roma, Bulzoni, 1991.

López Ocampo, Noemí. Nuevas corrientes pedagógicas. México: CEAAMER, 2018. 7 hojas.

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