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Vaticinio de una tragedia

Vaticinio de una tragedia

El mito de Edipo en la obra de  Sófocles,  hace referencia a una leyenda ya antes oída entre los griegos de la antigüedad, la cual ha sido utilizada como metáfora para ilustrar la tragedia que encierran las pasiones de amor, odio y rivalidad, en el transcurrir de la organización genital infantil, y que implica a grandes rasgos la prohibición del incesto y cuya fase se llama a partir de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud: Etapa edípica.
En un intento de aproximación reflexiva sobre Edipo, designado por el fatal vaticinio del oráculo de Delfos, se busca enlazar la relación de espacio-tiempo, desde un ángulo diferente en el transcurrir de la leyenda, como único sustento para fundamentar hipotéticamente los acontecimientos que condujeron a la tragedia, así como algunos datos históricos que se entremezclan con la tradición mítica y la orografía del pueblo griego.
Según la leyenda, el rey fenicio Agenor envió a su hijo Cadmo a buscar a su hermana (que se encontraba secuestrada por Zeus) con el encargo de no regresar a su casa a menos que volviera con ella. Cadmo fracasó en su intento, por lo que decidió permanecer alejado de su hogar y acudió al oráculo de Delfos para saber el lugar donde debía instalarse. Apolo le dijo que debía soltar una vaca que no estuviese uncida y, allí donde se detuviese, fundar una ciudad; la vaca se detuvo en un bosque en el centro de Boacia, que estaba consagrado a Ares y era habitado por un dragón; tras acabar con la vida del animal, Atenea le ordenó enterrar sus dientes, y de ellos nació un batallón de hombres; con la ayuda de estos hombres fundó Cadmea, la que sería la futura acrópolis de Tebas, hoy en día al noreste de Atenas.
El mito legendario de la tragedia, nos dice que Layo, rey de Tebas y su esposa Yocasta deseaban tener descendencia, pero al no conseguirlo, decidieron consultar al oráculo de Delfos, el cual desde la antigüedad fue considerado un lugar sagrado, situado en la Fóside en cuyo centro se encuentran las erizadas cumbres del  imponente Monte Parnaso en la zona del al santuario de Apolo.
A partir de la tradición antigua, Parnaso, el héroe epónimo del monte Parnaso, fue el primero en encontrar un modo de adivinar a partir del vuelo de las aves, desde las águilas hasta el pequeño ruiseñor, es plausible que de esta manera comenzara el arte adivinatoria, sin embargo, los mitos y tradiciones hacen evidente que todos los modos de adivinación fueron conocidos en Delfos: pájaros, vísceras, sueños y guijarros o piedras. El héroe Delfos, epónimo de la ciudad, fue el primero en adivinar observando vísceras, mientras que el héroe Anfictión, epónimo de Anfictonia fue el primero en practicar la adivinación por medio de los sueños. Los llamados Pircos adivinaban a partir de las llamas de fuegos sagrados en Delfos.
La tradición cuenta que Apolo mató con un arco y su flecha a los cuatro días de nacido, a Pitón, una serpiente enorme que le faltó el respeto a su madre Latona e instaló el oráculo de Delfos, el cual precedía una sacerdotisa llamada Pitonisa (Pitia), a causa de la muerte de Pitón. A partir de entonces la Madre Tierra y Zeus instituyeron los juegos pícticos en conmemoración de la difunta serpiente. Por consiguiente, el célebre oráculo délfico debía su fama al mismo dios Apolo, el cual hablaba por boca de la Pitia, que era una mujer de edad avanzada, por encima de los 50 años, llevaba ropa blanca (a pesar de su edad) y guardaba algunas reglas sagradas de vida, sin ser indispensable que fuese culta o de buena familia. Al principio el oráculo daba consejos solamente una vez al año, pero a partir del siglo VI a.c. en adelante, el oráculo daba consejo el séptimo día de todos los meses, excepto los invernales. Para conocer la voluntad de Apolo, se sacrificaba un macho cabrío, y a continuación era introducido en agua fría; si se agitaba con un temblor de la cabeza a los pies, significaba que el dios no se oponía. El que pedía consejo, requería pagar el pélanos y traía los animales para los sacrificios propiciatorios y el banquete sagrado. Seguía un proceso y un sorteo para el orden de preferencia. La mañana del día de la adivinación la Pitia iría al amanecer a la fuente Castalia para purificarse, bebería agua sacra de la fuente Casótide, recogería ramos de laurel y sería conducida en procesión al templo, en donde se sentaría en el trípode sagrado (el cual estaría encima de la abertura de la tierra) y tomaría el lugar del dios Apolo. El consultante entraría también en procesión, le colocaban en un lugar especial detrás de un parapeto (pues no debía ver a la Pitia) y escribían la pregunta o la expresaban oralmente a uno de los profetas, el cual se la pasaba a la Pitia, que se encontraba invisible para todos, hipnotizada por la masticación de las hojas de laurel, el incienso y los humos; daba la respuesta por medio de palabras inarticuladas y con gritos incomprensibles. La explicación de las palabras de la Pitia la transcribía el profeta en versos hexámetros, para que la tomara el consultante.

Es así, que cuando Layo rey de Tebas consultó el oráculo, la Pitia le trasmitió a Layo la siguiente enigmática respuesta: Engendrarás un hijo desgraciado, pernicioso para ti y para los tuyos, que te asesinará y se unirá en matrimonio con su propia madre.  El rey aterrado comunicó a su esposa el fatal vaticinio, y ambos decidieron burlar las palabras del oráculo, y al poco tiempo nació un niño, y para evadir el destino, le fue entregado a un sirviente para que lo arrojara en la montaña de Citerón, con unos ganchos atravesados en los pies, como se suele hacer con los carneros, o las piezas de caza, sin embargo, el sirviente se compadeció del infante y lo entregó a un pastor corinto que encontró en el campo, el cual lo llamó Edipo a causa de la hinchazón de sus pies.

Cuando Edipo contaba con pocos años de edad, el pastor volvió a Corinto, ciudad situada al nordeste del Peleponeso y cuya hermosa vista se une el inmenso olivar, tan parecido al mar por su característico color verde-plata de las olivas.
El pastor  se enteró que los reyes de aquella región, Pólipo y Mérope no tenían hijos y les ofreció a Edipo, estos lo adoptaron y lo educaron en función de su nueva jerarquía, que como heredero sucesor al trono requería de una educación especial: la areté de los aristócratas, para aprender el dominio de la palabra y de las armas. En aquel tiempo, la educación y la poesía hallaban su modelo en el esfuerzo de la plástica para llegar a la creación de una forma humana y tomaban el mismo camino para llegar a la idea del hombre, el cual revela una alta valoración. Por medio de la inclinación antropocéntrica del espíritu ático, da lugar al  nacimiento del conocimiento de la verdadera forma esencialmente humana, considerándose especialmente significativo el hecho de que por primera vez aparece la mujer como representante de lo humano con idéntica dignidad al lado del hombre. (Antígona, Yocasta, Tacmesa, etc.)  El descubrimiento de la mujer es la consecuencia necesaria del descubrimiento del hombre como objeto propio de la tragedia Edípica.

Según cuenta la leyenda, durante un festejo en el palacio de los reyes de Corinto, Edipo, escuchó un comentario sobre su origen de hijo adoptivo, que le produjo una honda y dolorosa herida, generando en él una enorme incertidumbre y una necesidad de conocer la verdad sobre su origen, razón por la cual se dirigió a Délfos para consultar el oráculo y la Pitia le respondió: No vuelvas a tu patria si no quieres matar a tu padre y casarte con tu madre. Angustiado Edipo, decidió alejarse de Corinto y emprendió el camino a Tebas. En una encrucijada un anciano le solicitó con insolencia que le cediera el lugar para pasar primero, lo que originó un pleito en el que Edipo mató con su bastón al anciano, sin saber que era su padre Layo,  rey de Tebas.

Al llegar Edipo  las afueras de Tebas se encontró con la Esfinge, figura monstruosa que tenía rostro de mujer, pecho, pies y cola de león, con alas de águila, la cual le planteó un enigma: ¿Cuál es el animal que camina con cuatro patas en la mañana, dos al mediodía y tres al anochecer? Edipo respondió: El hombre, que cuando es infante se arrastra por la tierra en cuatro pies, cuando ha llegado a su perfección anda con sólo dos pies; y cuando alcanza la senectud, encorvado por el peso de los años, se apoya en su báculo, su tercer pié. Acto seguido, aniquiló a la Esfinge, liberando de su desgracia a la ciudad de Tebas.  El pueblo tebano en agradecimiento le ofreció el trono vacante por la muerte de Layo y quedó unido en matrimonio con Yocasta, de la que tuvo dos hijos varones que fueron Eteócles y Polineces y dos hijas mujeres, Antígona e Ismena.
Cuando a Edipo rey se le reveló la verdad sobre el parricidio, descubrió que al fin se había cumplido la profecía, ¡¡¡desesperado se arrancó los ojos!!! y Yocasta su madre,  que también era su mujer, se colgó de una viga en su cámara nupcial.
Fue así que Edipo salió hacia Colono, como un anciano invidente, acosado por la pena y la vergüenza, convertido en un mendigo, con la única compañía endeble de su hija Antígona.

El mito nos deja ver, que se hiciera lo que se hiciera y pasara lo que pasara, el vaticinio se cumpliría. Lo trágico radica en la imposibilidad de esquivar el dolor, y tal es la faz inevitable del Destino desde el punto de vista humano.
A este respecto, la tragedia se inscribe en la transgresión de Layo y Yocasta al incumplimiento de la ley del dios Apolo, con lo cual Edipo queda erigido como víctima y verdugo. Por lo tanto,  cuando Edipo aniquiló a la Esfinge, con su muerte no solamente fue liberada de su desgracia la ciudad de Tebas, también aniquiló la representación del poder superyoico del oráculo, liberando a los tebanos del temor  depositado en la ley de Apolo, la cual era dictada a través de los augurios.
El mito simboliza la tragedia del incesto, como metáfora del deseo libidinal del hijo, no impedido por la presencia simbólica del padre, dado que Layo nunca lo  reconoció como hijo, convirtiendo a Edipo en víctima de su deseo inconsciente, aún a pesar de que dicha posibilidad ocasionó su  huida de Corinto.

Sustento Bibliográfico:

Ángel Ma. Garibay K (1968). Sófocles, las siete tragedias. México, Ed. Porrúa.
De Crescenzo, Luciano (1995). Los mitos de los dioses. México, Seix Barral.
Enciclopedia Universal MICRONET (2001). Edición Clásica, Madrid.
Freud, Sigmund (1920). Obras completas. XXIV vols. Buenos Aires, Amorrortu.
Vol. XXIV pp. 141-147, 177-187.
Jaeger, Werner (2002). Paideia. México, Fondo de Cultura Económica.
Karpodini-Dimitriadi (1990). El Peloponeso. Atenas, Ekdotike Athenon.
Pacheco, José Emilio y Monsiváis Carlos (1984). Edipo rey. México, Universidad Autónoma de Sinaloa.
Petsas, Fotis (1989). Delfos. Grecia, Krini.

Vaticinio de una tragedia. México: CEAAMER, 2013. p. varía.

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